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Danzas, cultos y legado indígena peruano

por Hernán Gálvez (hernan.galvez@lamegamedia.com)


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Ni el paso del tiempo –ni la conquista– pudo destruir el corazón del imperio incaico: Machu Picchu, ni mucho menos un legado no menos importante: el arte.

Así, las costumbres musicales, lejos de difuminarse, se afianzaron generación tras generación en lo que hoy es el Perú, el bastión del Tahuantinsuyo. 

El baile más popular en la sierra peruana es, sin lugar a duda, el Huayno. 

Esta peculiar danza llama la atención de turistas e incluso peruanos de la costa y selva por el “zapateo” típico hacia el piso, con una leve inclinación del cuerpo hacia adelante. 

Es infaltable en festividades locales y se caracteriza por ser mayormente instrumental y de larga duración –literalmente, una sola canción puede durar horas. 

Esta danza tiene origen netamente inca. 

Su coreografía varía según la región serrana donde se practique, siendo bastante popular en los carnavales. 

Normalmente se baila en parejas, aunque el contacto físico es mínimo. 

Algunos lo practican de manera grupal, en círculos.

Los atuendos escogidos para el Huayno son vistosos, prolijos en color y de gran belleza. 

El alma del Huayno es el enamoramiento y tácito cortejo del hombre hacia la mujer, quien mayormente ignora la proposición romántica del hombre con un sutil coqueteo. 

También, dependiendo de la melodía y las tradiciones locales o regionales, puede proponer musicalmente el desengaño o el dolor por la pérdida de la pareja o un ser querido.

Otro aspecto importante es la comida y vestimenta. 

En la serranía peruana, es común ver a las madres cargando a sus pequeños en las espaldas, bien asegurados en las ancestrales “Llicllas”. 

Estas son unas coloridas mantas, mayormente de color distinto al resto de la vestimenta, donde el bebé es trasladado por la mamá mientras desarrolla sus labores. 

Siglos atrás, cronistas españoles como Cieza de León ya daban cuenta de ellas, describiendolas como “un manto delgado que les cae a las mujeres por la espalda”. 

Las Llicllas también son usadas como mera parte del vestuario, que normalmente complementa las no menos populares “Polleras”: varias faldas de distintos colores, una encima de la otra.

Una vestimenta que comparten tanto hombres, mujeres y niños indígenas es el “Chullo”, un gorro con orejeras caídas que los protege contra el inclemente frío de los Andes. 

Es normalmente usado en temporadas invernales, aunque tampoco es infrecuente verlos como parte de un atavío de fiesta. 

La comida no podía quedar de lado. 

El platillo más popular es la Pachamanca, un delicioso compendio de carnes y tubérculos cocidos a alta temperatura entre piedras calientes bajo el suelo. 

Su historia se remonta incluso a tiempos preincaicos, en la cultura Wari, entre los años 500 y 1,100 DC. 

Los Incas luego continuaron ese legado a partir del siglo XIII. 

La Pachamanca constituye un culto a las divinidades del mundo andino, un tributo a la tierra luego de buenos tiempos de cosecha.

Todas estas costumbres milenarias aún perduran, combatiendo no sólo al tiempo, sino a la modernidad. 



 
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