SAN JUAN, Puerto Rico — “Las caras lindas de mi raza prieta, tienen de llanto, de pena y dolor, son las verdades que la vida reta, pero que llevan dentro mucho amor”.
Con estas hermosas palabras, el cantautor y reconocido sonero puertorriqueño, “el Maestro” Ismael Rivera (1931-1987) describe lo que es ser afrocaribeño.
La cultura afrocaribeña es el resultado no planificado de la esclavitud, una experiencia que también dejó marcas indelebles en la conciencia colectiva de los descendientes.
No pasó mucho tiempo desde el arribo de Cristóbal Colón a las islas caribeñas, antes de que se esclavizara a las personas que allí vivían.
La población en estas islas –constituida en su mayoría por Taínos y Caribes– disminuyó drástica y rápidamente por las inclemencias del brutal trabajo forzado, enfermedades contraídas de sus invasores, genocidio y éxodo.
Enfrentando una menguante fuerza laboral indígena, los europeos decidieron traer personas de África, y esclavizarlos para así reemplazar al trabajador aborigen. Este es el real, triste y trágico origen de la cultura afrocaribeña.
La historia post colombina del Caribe, comenzó con la adopción de una economía basada en la producción de caña de azúcar, siguiendo el modelo del sistema implementado por los portugueses en Brasil, conocido como el sistema de plantación.
Los africanos negros esclavizados fueron utilizados como mano de obra.
Se estima que unos 16 millones de africanos esclavizados llegaron al Caribe entre 1650 y 1850.
Fue una experiencia traumática.
La realidad es que era un sistema totalitario. La forma más común de liberarse de la opresión fue a través del suicidio.
Más esclavos se quitaron la vida, en comparación con quienes escaparon o se rebelaron.
La única revuelta que tuvo éxito en los más de 200 años que duró la esclavitud en el Caribe, fue la Revolución Haitiana (1791-1804).
La experiencia negra también fue traumática porque la esclavitud había borrado todo indicio de lazos culturales con África.
Durante la era de la esclavitud, a los africanos se les prohibió hablar sus primeros idiomas, practicar su religión o mantenerse en comunicación con sus familias en su continente.
Los pocos lazos con las culturas africanas que sobrevivieron, casi milagrosa e inexplicablemente, estaban relacionados con la música, gastronomía y herencia religiosa, aunque han sido alterados a través de las experiencias de la diáspora y el contacto con otras culturas.
Las religiones como el vudú en Haití o la santería en Cuba y Puerto Rico, sobrevivieron de esta manera.
Son prácticas que mezclan el cristianismo con elementos de las creencias africanas.
Las tradiciones musicales –principalmente las relacionadas con el sonido de percusión– también sobrevivieron fusionándose con danzas europeas que estaban de moda en la época, e integraron a sus costumbres.
Así surgió una gama de géneros musicales y ritmos de guaguancó, mambo, cha-cha-cha, merengue, bachata, calipso e incluso reggaetón, además de danzas autóctonas africanas como el Palo en República Dominicana.
La influencia llegó hasta las costas colombianas, donde se hereda el mapalé, abrazando también a la región atlántica panameña con las tradiciones de Congos, “Mama Grandé” y Zaracundé.