Madrid, 15 feb (EFE).- El pianista español Joaquín Achúcarro lleva más de 60 años interpretando a Brahms. "He pasado más horas con sus sonatas que él mismo probablemente", reconoció este músico de fama mundial, que volverá a interpretar la obra del alemán este martes en un concierto en el Auditorio Nacional, siempre sin bajar la guardia.
"Cuando hay una actividad musculada a tempo fijo debe haber entrenamiento, como un jugador de fútbol; hay que estar en forma, porque nunca se sabe con los imponderables", avisó este veterano incansable de 88 años, para quien la partitura es como una autopista ya transitada: "Puedes conocer sus paradas, pero no si en una curva te puede salir un camión".
Premio Nacional de Música y académico de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Achúcarro (Bilbao, 1932) interrumpe su ensayo diario -suele practicar entre cuatro y seis horas- para atender a Efe con motivo del "26 Ciclo de Grandes Intérpretes" de la Fundación Scherzo, que él inaugurará este martes en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Madrid.
Precavido, parafrasea a uno de sus ídolos, el ruso Serguéi Rajmáninov, quien dijo "que somos esclavos de la acústica". "Y eso puede definir cómo tocamos, no es lo mismo hacerlo en el Auditorio que en el Carneggie Hall, igual que influye la reacción del público o incluso la hora del concierto", puntualizó.
El que ofrecerá en Madrid comenzará a las 19,30 horas y estará protagonizado por dos piezas de Johannes Brahms (1833-1897) concebidas en dos momentos extremos de su existencia vital y creativa.
Por un lado, se escuchará la "Sonata nº3 del op. 5", que refleja el pensamiento de un joven compositor de tan solo 20 años, devoto de Robert Schumann y "enamorado platónicamente" de la mujer de este, Clara, también pianista y compositora.
"Es una sonata monstruosa, enorme, genial. En esa época quería igualar a Beethoven y si podía hacerlo más difícil, mejor", apunta Achúcarro, que ve en algunas de sus obras "un desafío al ejecutante". "Tengo la sospecha de que cuando compuso esta sonata, pensó: 'Voy a hacer algo que no pueda tocar Liszt'", señaló con sorna.
Frente a ese sentimiento enérgico y jovial, el bilbaíno contrasta el recogimiento y madurez de la segunda parte del concierto, tras cinco Intermezzi, con la "Rapsodia nº2, op. 79", cuando ya sabía que sufría una enfermedad mortal "y escribía piezas pequeñas, pero de una gran profundidad, con mucha emoción contenida".
"Hay que conocer las obras muy a fondo y qué mensaje se quiere mostrar, porque el descubrir esas cosas en la partitura de un músico es parte de nuestro trabajo; a mí lo que me está pasando últimamente es que a fuerza del contacto con obras maestras, parece que voy conociendo a la persona", afirmó.
Él no se ve preparado sin embargo para atisbar diferencias entre su yo actual y aquel que hace décadas dejó grabados sus primeros álbumes, con revisiones de Albéniz, Granados o Falla.
"Soy la única persona que no puede contestar a eso. Solo diré que el veterano está oyendo discos del joven que entonces le parecieron malísimos y que ahora piensa que no estaban tan mal, lo que justifica que siguiera tocando", contó con modestia.
Achúcarro sigue sin atisbar su retiro, al menos no mientras el cuerpo le permita responder a la técnica, que él enseña desde hace 30 años a sus alumnos de la Universidad Metodista de Dallas, aunque ahora sea por Zoom en estos días a causa de la pandemia.
"Yo no estoy descontento con ello, porque veo otro ángulo del sonido, del pianista que está tocando", apuntó quien parece encontrar siempre el lado positivo de toda situación: "La resignación sobre las cosas que uno no puede controlar", concede, con su permanente afabilidad.
En el ámbito de la educación celebró, por ejemplo, cómo hoy "cualquier joven músico, con tocar un botón, puede tener 10, 12 o 20 versiones de los más grandes".
Ahora bien, el estudiante que completó su formación en la Accademia Musicale Chigiana de Siena (junto a otros grandes como Claudio Abbado, Daniel Barenboim o John Williams) reconoce que "no es lo mismo ver una postal de Roma que andar por sus calles".
En mitad de toda esta hecatombe de la covid-19, de la que se ha mantenido a salvo, también festeja el hecho de que España se haya convertido en un "oasis" por su esfuerzo por mantener la música en directo.
"Eso es fantástico, porque los grandes vienen a España porque no pueden ir a otros lugares, gente que incluso nos había despreciado antes", subrayó con orgullo y algo de sorna traviesa.
Javier Herrero