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“Nuestra herencia hispana es más que un vecindario”

por Hugo Marín (hugo.marin@lamegamedia.com)


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PITTSBURGH, Pensilvania — Cuando se habla de herencia hispana, aquellas personas quienes crecieron en un país hispanoamericano, tienden a visualizar el legado de la colonización española en nuestros países. 

Con la conmemoración del Mes de la Herencia Hispana, Estados Unidos honra el legado de nuestros países a la cultura general de esta nación en que vivimos. El momento es propicio para analizar nuestra huella en esta ciudad.

A pesar de que Pensilvania se caracteriza a nivel nacional como un estado de alta presencia hispana de acuerdo a los resultados del último censo, aquí en Pittsburgh solo representan un  3.2% de la población general.  

Contrario a urbes como Cleveland, Filadelfia o Nueva York, que cuentan con vecindarios históricamente habitados y desarrollados por inmigrantes latinos, Pittsburgh carece de un centro geográfico predominado por hispanos. 

Cabe señalar que existe una creciente tendencia en hispanos, mudándose al área sur de la ciudad (los South Hills), sin embargo la accidentada topografía y amplia extensión territorial de los suburbios, no se prestan para recrear una comunidad visiblemente latina, en comparación con el vecindario de Polish Hill, establecido por inmigrantes polacos, o el Hill District, cuna de la cultura afroamericana.  

La gentrificación en los centros urbanos de Pittsburgh, ha impulsado el desplazamiento de familias vulnerables a las afueras de la ciudad y sectores adyacentes. 

Por otro lado, el arribo de la fuerza laboral hispana a esta región es relativamente reciente y  no ha dado el tiempo suficiente para que se desarrolle una identidad colectiva con una sede física. 

Muchas personas, recién llegadas, al igual que visitantes, pueden erróneamente pensar que el vecindario al oeste de North Side, sería uno hispano. 

El área llamada “Mexican War Streets” (las Calles de la Guerra Mexicana) consiste en una serie de cuadras con calles que llevan nombres en español. Estas son: Buena Vista, Palo Alto, Monterey y Resaca Place. 

Ese sector fue desarrollado en el siglo 19, e históricamente ha sido hogar de familias adineradas. Las calles fueron nombradas así para conmemorar batallas que ocurrieron durante la intervención militar estadounidense en México en 1946–1948. 

Hoy día, este vecindario es uno muy colorido y una atracción turística para quienes disfrutan de la arquitectura victoriana, al igual que un destino para la comunidad LBGTQ+, sin embargo, una notable presencia hispana en el lugar, es inexistente. 

En el contiguo parque de Allegheny, cerca de la alberca, se encuentran los restos de un cañón, que según lee una placa, fue utilizado como bombardero durante la guerra hispanoamericana. 

Por otro lado, y coincidentemente también en el North Side, frente al estadio de los Piratas se encuentra el único monumento dedicado a un hispano de toda la región, la estatua a Roberto Clemente, el venerado deportista que trajo campeonatos en béisbol para esta ciudad durante los años 60. 

Al pie de Clemente, permanece encapsulado un puñado de tierra traído desde su natal Puerto Rico.

Pudiera decirse que a nivel oficial, la ciudad no ha hecho mucho por reconocer el verdadero legado hispano. 

Nuestra herencia es más que un vecindario y el hecho de compartir el apetitoso arte culinario, la vibrante música o los bailes folclóricos. 

En este mes, La Mega Nota reconoce la labor de esa madre salvadoreña que cruza desde Homewood hasta Squirrell Hill para limpiar casas y así alimentar a su familia, a ese sastre ixil, quien trabaja los siete días de la semana; a ese hermano mexicano que arregla techos; al goleador guatemalteco que prepara taquitos en Oakland; a esas manos hondureñas que hacen deliciosos tamales catrachos y a toda esa gente hermosa que trabaja duro y –en general– a nuestra gente que día tras día hacen que Pittsburgh sea la ciudad que es. 



 
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